lunes, 29 de mayo de 2017

Escribir desde el alma

7 de abril del 2008
1.     
La vida nos inunda de pasión como un rio que baja incesante por la montaña.
Nos hace recordar que estamos para algo con el simple hecho de poder respirar.
Simple nunca es la vida, menos aún el respirar.
2.     
Siento tu aliento cerca de mi cuello. Necesito mezclar tu olor con la aroma de la mañana. Oír la música y recordar, escuchar el viento y llorar. Nadie es perfecto. Mi memoria hace estragos en mi alma por quererte olvidar. Calor en las manos. Mirada que clava sensualidad. Ya no estás. Ya no te oigo respirar...
3.                  
Salir corriendo, subir montañas, escalar las más grandes emociones cuando vas por la calle y   miras a un desconocido y...te reconoce. Búsqueda de pasión sin compromiso. Búsqueda de la calidez de la confianza. ¿Qué es mejor, cubrirse con tu paraguas de toda la vida o dejar que la tormenta moje tu cara? Todo depende del calor de tu corazón, de la inquietud de tu alma, del frío de la calle, de la necesidad de no mirar más que las rayas que te protegen de un mundo que la moral castiga, pues no se puede llevar el paraguas abierto sobre la cabeza y mojarse la cara al mismo tiempo...
4.     
Hablar del amor como del viento. Pues sólo se puede sentir, nunca ver. Tan sólo retratado sobre los demás se insinúa, a veces con elegancia, otras con la fuerza del huracán. Se proyecta desde el exterior hasta colarse por los huequecitos que dejamos en el corazón, de una puerta, en las esquinas, en las grandes explanadas solitarias que los buscan. Allí la soledad espera con sus silbidos alegres, su grato vaivén en la larga madrugada. De día es más fácil pues el sol la acompaña. A través de la luz le enseña lo objetivo, todo un mundo visual lleno de color que sin el viento, piensa ella, no tiene vida, pues le falta movimiento. La alegría del no ser visto, del sentir, de la improvisación instintiva es lo que nos hace, grandes, hermosos y a su vez, inseguros y desconfiados. Pues soñamos con tener sueños y al vivirlos, deseamos despertar...

Vacío maternal

Cada vez que sus pulmones amenazan con dar el último suspiro, Helena huye aterrada hacia el pasillo del hospital. No puede soportar ser testigo de esa última muestra de vida. Suficiente duro es observar su cuerpecito consumido ahí tumbado. Desde que la sedaron y la muerte ronda cerca, ni siquiera es capaz de agarrar su mano. La situación la desborda. Jamás ha perdido a nadie. Jamás a una madre. Y aunque hacía mucho tiempo que la sentía lejos, no era lo mismo. Ya nunca escucharía esa voz alegre y a la vez, distorsionada que tanto la había hecho enfadar. Ahí fuera de la habitación, apoyada en una de esas paredes color crema, su cabeza da vueltas intentando encontrar algún recuerdo dulce con el que apaciguar el difícil momento, pero su alma está muy dolida. Por ahora, por antes.
Al poco, de la habitación también sale quien le dará la noticia. No hacen falta palabras, en su cara una expresión rígida como una diapositiva. De los ojos de Helena brotan lágrimas infinitas y en su pecho surge una emoción de desahogo al dejar fluir gritos escondidos.
-Ya descansa en paz- le dicen, y no sabe muy bien por qué, pero no le consuela. Quizás porque ella está muy viva y para vivir hay que olvidar, hay que superar y sabe que le queda un largo camino aceptando ese vacío. 

Flor de vida

¡Buenos días! ¡Buenas tardes! ¡Buenas noches!
Las palabras surgen de su boca sin sentido. En ocasiones ni coinciden con el momento del día, pero a Víctor, le da igual.  Sumergido como cada jornada en la monotonía del trayecto de bus, intenta pasar desapercibido delante de las miradas de las muchas personas que suben al vehículo. 
-Por favor, pasen al fondo-grita malhumorado mientras da un repaso al perímetro de su metro cuadrado. 
Un día como otro cualquiera, llega a su nariz un olor intenso que le lleva a recordar su niñez. Levanta la mirada del volante y busca. Ahí, justo al lado suyo, un indigente con un curioso sombrero lleno de flores frescas  lo mira con curiosidad y hasta con cierta tristeza, e impetuoso le dice a Víctor:
-Te he estado observando, y no puedo resistirme. Toma esta flor, mírala bien. Te la entrego para que no olvides que fuera siempre existe vida- y le da una linda margarita que Víctor acepta rompiendo por primera vez en mucho tiempo su autismo y viendo en ella, una oportunidad de vida. 

En ocasiones, los actos más sencillos son los que más pueden cambiar nuestro rumbo. Tan solo hay que estar abiertos y no perder la oportunidad. En cualquier esquina puede que nos esté esperando. 

Durante unos instantes te perdí

Dentro de la oscuridad de la noche mi corazón late sobresaltado ante un sonido que me llega lejano como un sueño. Me incorporo en la cama y soy testigo consciente del ring real del teléfono. Aturdida y temblorosa me levanto. Tan sólo el sonido persistente de la llamada rompe la sensación de soledad de la casa. Ni siquiera me calzo. Llego apresurada a coger la llamada y al descolgar escucho una voz de una mujer alterada que no reconozco. En primera instancia pienso que es alguien que se ha confundido y en la intención de colgar mientras alejo el auricular de mi oído, escucho entre sollozos: -Nena, tu papá está tumbado en el suelo, está morado...mija, ayúdame!- y al instante me viene la imagen de mi querido padre ahí tirado en el suelo, sin vida. En el fondo de mi corazón siento que no es algo tan improbable pues las últimas veces que lo había visto,  no tenía demasiado buen aspecto, hasta había comentado con mis hermanos esta posibilidad, pero al vivirla, es totalmente avasalladora. Al instante,  mi cuerpo entra en shock y comienza a temblar de manera exagerada, mi mente se colapsa. Soy incapaz de dejar de moverme de un lado a otro mientras que de mis ojos brotan grandes lágrimas que me impiden poder ver con claridad. - Carmina para, piensa ¿qué debes hacer?...-Es tal la angustia que siento, es tal la tristeza que no puedo concentrarme. Cuando consigo coger el teléfono móvil casi no puedo marcar, tengo las manos llenas de lágrimas y de mocos retirados, que nacen y nacen sin parar entre el llanto desgarrador.
-¡Manuel, Manuel!- grito aturdida al conseguir contactar con mi marido que está de viaje de negocios-mi padre Manuel, se muere...tengo que llamar a la ambulancia y no me acuerdo del número de su casa. ¡Oh dios mío, dios mío!- es tal el caos emocional en el que me encuentro que soy incapaz de poder gesticular una frase seguida con algo de sentido, en mi mente solo hay un vacío acompañado de un cuerpo tembloroso que se convulsiona totalmente ajeno de la necesidad del momento.  Quiero ser de ayuda y el dolor, el miedo a la probabilidad de no sentir nunca más su voz, me noquea, me paraliza. Lo único que tiene rienda suelta son estas emociones tan puras e intensas. Cuanto amo a mi padre, nunca pensé que la primera noticia de su ausencia fuera a ser tan increíblemente arrolladora y traumática.
Una vez que consigo contactar con mis hermanos y llamar a la ambulancia, todo ello dentro de un estado de pánico absoluto. Al comunicarme que su corazón late, mi nivel de estrés comienza a descender.  Más tranquila soy capaz de ir al baño, mirar en el espejo mi cara congestionada y allí apoyada sobre la pica coger aire profundo mientras siento que tenemos una segunda oportunidad. 
-Que suerte la mía, podré aprovechar para decirle lo mucho que lo quiero- me digo a mis adentros. Hoy he sido testigo del enorme dolor que sentiré cuando mi padre fallezca y en vez de vivirlo en la muerte, aprovecharé toda esa energía para disfrutarlo, si se deja, en vida.